viernes, 11 de enero de 2013

03. “EL SANTUARIO CELESTIAL EN MINIATURA” (EL SANTUARIO).


Mientras Moisés estaba en el monte, Dios le ordenó: "Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos" (Exo. 25: 8); y le dio instrucciones completas para la construcción del tabernáculo. A causa de su apostasía, los israelitas habían perdido el derecho a la bendición de la presencia divina, y por el momento hicieron imposible la construcción del santuario de Dios entre ellos. Pero después que les fuera devuelto el favor del Cielo, el gran caudillo procedió a ejecutar la orden divina. Ciertos hombres escogidos fueron especialmente dotados por Dios con habilidad y sabiduría para la construcción del sagrado edificio. 

 Dios mismo le dio a Moisés el plano con instrucciones detalladas acerca del tamaño y la forma, así como de los materiales que debían emplearse y de todos los objetos y muebles que había de contener. Los dos lugares santos hechos a mano, habían de ser "figura del verdadero", "figuras de las cosas celestiales" (Heb. 9: 24, 23), es decir, una representación, en miniatura, del templo celestial donde Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, después de ofrecer su vida como sacrificio, habría de interceder en favor de los pecadores. 

 Dios presentó ante Moisés en el monte una visión del santuario celestial, y le ordenó que hiciera todas las cosas de acuerdo con el modelo que se le había mostrado. Todas estas instrucciones fueron escritas cuidadosamente por Moisés, quien las comunicó a los jefes del pueblo. Para la construcción del santuario fue necesario hacer grandes y costosos preparativos; hacía falta gran cantidad de los materiales más preciosos y caros; no obstante, el Señor sólo aceptó ofrendas voluntarias. "Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda" (Exo. 25: 2). Tal fue la orden divina que Moisés repitió a la congregación. 

 La devoción a Dios y un espíritu de sacrificio fueron los primeros requisitos para construir la morada del Altísimo. 

Todo el pueblo respondió unánimemente. "Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, con ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo de reunión y para toda su obra, y para las sagradas vestiduras. Vinieron así hombres como mujeres, todos los voluntarios de corazón, y trajeron, cadenas y zarcillos, anillos y brazaletes, y toda clase de joyas de oro; y todos presentaban ofrenda de oro a Jehová. "Todo hombre que tenía azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, o pieles de carneros teñidas de rojo, o pieles de tejones, lo traía. Todo el que ofrecía ofrenda de plata o de bronce traía a Jehová la ofrenda; y todo el que tenía madera de acacia la traía para toda la obra del servicio. "Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí, o lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría hilaron pelo de cabra. "Los príncipes trajeron piedras de ónice, y las piedras de los engastes para el efod y el pectoral, y las especias aromáticas y el aceite para el alumbrado, y para el aceite de la unción, y para el incienso aromático" (Exo. 35: 21-28). Mientras se llevaba a cabo la construcción del santuario, el pueblo, fuesen ancianos o jóvenes, adultos, mujeres o niños, continuaron trayendo sus ofrendas hasta que los encargados de la obra vieron que ya tenían lo suficiente, y aun más de lo que podrían usar. Y Moisés hizo proclamar por todo el campamento: "Ningún hombre ni mujer haga más para la ofrenda del santuario. Así se le impidió al pueblo ofrecer más". (Exo. 36: 6). 

 Las murmuraciones de los israelitas y cómo Dios castigó sus pecados fueron registrados como advertencia para las futuras generaciones. Y su devoción, su celo y generosidad, son un ejemplo digno de imitarse. 

 Todos los que aman el culto de Dios y aprecian la bendición de su santa presencia, mostrarán el mismo espíritu de sacrificio en la preparación de una casa donde él pueda reunirse con ellos. Desearán traer al Señor una ofrenda de lo mejor que posean. La casa que se construya para Dios no debe quedar endeudada, pues con ello Dios será deshonrado. Debiera darse voluntariamente una cantidad suficiente para llevar a cabo la obra, para que los que la construyen puedan decir, como dijeron los constructores del tabernáculo: "No traigáis más ofrendas". 

EL TABERNÁCULO Y SU CONSTRUCCIÓN 
El tabernáculo construido era desarmable, de modo que los israelitas pudieran llevarlo en su peregrinaje. Era por consiguiente pequeño, de sólo cincuenta y cinco pies de largo por dieciocho de ancho y alto.* 

 No obstante, era una construcción magnífica. La madera que se empleó en el edificio y en sus muebles era de acacia, la menos susceptible al deterioro de todas las que había en el Sinaí. Las paredes consistían en tablas colocadas verticalmente, fijadas sobre basas de plata y aseguradas por columnas y travesaños; y todo cubierto de oro, lo cual hacía aparecer al edificio como de oro macizo. El techo estaba formado de cuatro juegos de cortinas; el de más adentro era "de lino torcido, azul, y púrpura, y carmesí: y. . . querubines de obra primorosa" (Exo. 26: 1); los otros tres eran de pelo de cabras, de cueros de carnero teñidos de rojo y de cueros de tejones, arreglados de tal manera que ofrecían completa protección. 

El edificio se dividía en dos secciones mediante una bella y rica cortina, o velo, suspendida de columnas doradas; y una cortina semejante a la anterior cerraba la entrada de la primera sección. Tanto estos velos como la cubierta interior que formaba el techo, eran de los más magníficos colores, azul, púrpura y escarlata, bellamente combinados, y tenían, recamados con hilos de oro y plata, querubines que representaban la hueste de los ángeles asociados con la obra del santuario celestial, y que son espíritus ministradores del pueblo de Dios en la tierra. 

El santo tabernáculo estaba colocado en un espacio abierto llamado atrio, rodeado por cortinas de lino fino que colgaban de columnas de metal. La entrada a este recinto se hallaba en el extremo oriental. Estaba cerrada con cortinas de riquísima tela hermosamente trabajada aunque eran inferiores a las del santuario. Como estas cortinas del atrio alcanzaban sólo a la mitad de la altura de las paredes del tabernáculo, el edificio podía verse perfectamente desde afuera. 

En el atrio, y cerca de la entrada, se hallaba el altar de bronce del holocausto. En este altar se consumían todos los sacrificios que debían ofrecerse por medio del fuego al Señor, y sobre sus cuernos se rociaba la sangre expiatoria. 

 Entre el altar y la puerta del tabernáculo estaba la fuente, también de metal. Había sido hecha con los espejos donados voluntariamente por las mujeres de Israel. En la fuente los sacerdotes debían lavarse las manos y los pies cada vez que entraban en el santo compartimento, o cuando se acercaban al altar para ofrecer un holocausto al Señor. 

En el primer departamento, o lugar santo, estaban la mesa para los panes de la proposición, el candelero o lámpara y el altar del incienso. 

 La mesa de los panes de la proposición estaba hacia el norte. Tanto ella como su borde decorado, estaban revestidos de oro puro. Sobre esta mesa los sacerdotes debían poner cada sábado doce panes, arreglados en dos pilas y rociados con incienso. Por ser santos, los panes que se quitaban debían ser comidos por los sacerdotes. 

 Al sur estaba el candelero de siete brazos, con sus siete lámparas. Sus brazos estaban decorados con flores exquisitamente labradas y parecidas a lirios; el conjunto estaba hecho de una pieza sólida de oro. Como no había ventanas en el tabernáculo, las lámparas nunca se extinguían todas al mismo tiempo, sino que ardían día y noche.

 Exactamente frente al velo que separaba el lugar santo del santísimo y de la inmediata presencia de Dios, estaba el altar de oro del incienso. Sobre este altar el sacerdote debía quemar incienso todas las mañanas y todas las tardes; sobre sus cuernos se aplicaba la sangre de la víctima de la expiación, y en el gran día de la expiación era rociado con sangre. 

 El fuego que estaba sobre el altar fue encendido por Dios mismo, y se lo cuidaba devotamente. Día y noche, el santo incienso difundía su fragancia por los recintos sagrados del tabernáculo y por sus alrededores. 

Más allá del velo interior estaba el lugar santísimo que era el centro del servicio de expiación e intercesión, y constituía el eslabón que unía el cielo y la tierra. En ese departamento estaba el arca, que era un cofre de madera de acacia, recubierto de oro por dentro y por fuera, y que tenía un reborde de oro encima. En él estaban guardadas las tablas de piedra, en las cuales Dios mismo había grabado los Diez Mandamientos. Por consiguiente, se lo llamaba arca del testamento de Dios, o arca de la alianza, puesto que los Diez Mandamientos eran la base de la alianza hecha entre Dios e Israel. 

La cubierta del arca sagrada se llamaba "propiciatorio". Estaba hecha de una sola pieza de oro, y encima tenía dos querubines de oro, uno en cada extremo. Un ala de cada ángel se extendía hacia arriba, mientras la otra permanecía plegada sobre el cuerpo (véase Eze. 1: 11) en señal de reverencia y humildad.

La posición de los querubines, con la cara vuelta el uno hacia el otro y mirando reverentemente hacia abajo sobre el arca, representaba la reverencia con la cual la hueste celestial mira la ley de Dios y su interés en el plan de redención. 

Encima del propiciatorio estaba la "shekinah", o manifestación de la divina presencia; y desde en medio de los querubines Dios daba a conocer su voluntad. Los mensajes divinos eran comunicados a veces al sumo sacerdote mediante una voz que salía de la nube. Otras veces caía una luz sobre el ángel de la derecha, para indicar aprobación o aceptación o una sombra o nube descansaba sobre el ángel de la izquierda, para revelar desaprobación o rechazamiento.

 La ley de Dios, guardada como reliquia dentro del arca, era la gran regla de la rectitud y del juicio. 

 Esa ley determinaba la muerte del transgresor; pero encima de la ley estaba el propiciatorio, donde se revelaba la presencia de Dios y desde el cual, en virtud de la expiación, se otorgaba perdón al pecador arrepentido. 

 Así, en la obra de Cristo en favor de nuestra redención, simbolizada por el servicio del santuario, "la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron" (Sal. 85: 10). No hay palabras que puedan describir la gloria de la escena que se veía dentro del santuario, con sus paredes doradas que reflejaban la luz de los candeleros de oro, los brillantes colores de las cortinas ricamente bordadas con sus relucientes ángeles, la mesa y el altar del incienso refulgentes de oro; y más allá del segundo velo, el arca sagrada, con sus querubines místicos, y sobre ella la santa "shekinah", manifestación visible de la presencia de Jehová; pero todo esto era apenas un pálido reflejo de las glorias del templo de Dios en el cielo, que es el gran centro de la obra que se hace en favor de la redención del hombre. 

Se necesitó alrededor de medio año para construir el tabernáculo. Cuando se terminó, Moisés examinó toda la obra de los constructores, comparándola con el modelo que se le enseñó en el monte y con las instrucciones que había recibido de Dios. "Y vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Jehová había mandado; y los bendijo" (Exo. 39: 43). Con anhelante interés las multitudes de Israel se agolparon para ver el sagrado edificio. Mientras contemplaban la escena con reverente satisfacción, la columna de nube descendió sobre el santuario, y lo envolvió. "Y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo" (Exo. 40: 34). Hubo una revelación de la majestad divina, y por un momento ni siquiera Moisés pudo entrar. Con profunda emoción, el pueblo vio la señal de que la obra de sus manos era aceptada. 

No hubo demostraciones de regocijo en alta voz. Una solemne reverencia se apoderó de todos. Pero la alegría de sus corazones se manifestó en lágrimas de felicidad, y susurraron fervientes palabras de gratitud porque Dios había condescendido a morar con ellos. 

 EL SACERDOTE Y SU VESTIMENTA 
En virtud de las instrucciones divinas, se apartó a la tribu de Leví para el servicio del santuario. En tiempos anteriores, cada hombre había sido sacerdote en su propia casa. En los días de Abrahán, por derecho de nacimiento, el sacerdocio recaía en el hijo mayor. Ahora, en vez del primogénito de todo Israel, el Señor apartó a la tribu de Leví para la obra del santuario. Mediante este señalado honor, Dios manifestó su aprobación por la fidelidad de los levitas, tanto por haber cumplido fielmente su servicio como por haber ejecutado sus juicios cuando el resto de las tribus apostataron al rendir culto al becerro de oro. 

 El sacerdocio, no obstante, se restringió a la familia de Aarón. Este y sus hijos fueron los únicos a quienes se les permitió oficiar ante el Señor; al resto de la tribu se les encargó el cuidado del tabernáculo y su mobiliario. Además, debían ayudar a los sacerdotes en su ministerio, pero no podían ofrecer sacrificios, ni quemar incienso, ni mirar los utensilios sagrados hasta que estuviesen cubiertos. 

Se designó para los sacerdotes un traje especial, que concordaba con su oficio. "Y harás vestidos sagrados a Aarón tu hermano, para honra y hermosura" (Exo. 28: 2), fue la instrucción divina que se le dio a Moisés. El hábito del sacerdote común era de lino blanco tejido de una sola pieza. Se extendía casi hasta los pies, y estaba ceñido en la cintura por una faja de lino blanco bordada de azul, púrpura y rojo. Un turbante de lino, o mitra, completaba su vestidura exterior. 

Ante la zarza ardiente se le ordenó a Moisés que se quitase las sandalias, porque la tierra en que estaba era santa. Tampoco los sacerdotes debían entrar en el santuario con el calzado puesto. Las partículas de polvo adheridas a él habrían profanado el santo lugar. Debían dejar los zapatos en el atrio antes de entrar en el santuario, y también tenían que lavarse tanto las manos como los pies antes de servir en el tabernáculo o en el altar del holocausto. En esa forma se enseñaba constantemente que los que quieran acercarse a la presencia de Dios deben apartarse de toda impureza.

 Las vestiduras del sumo sacerdote eran de costosa tela de bellísima hechura, como convenía a su elevada jerarquía. Además del traje de lino del sacerdote común, llevaba una túnica azul, también tejida de una sola pieza. El borde del manto estaba adornado con campanas de oro y granadas de color azul, púrpura y escarlata. Sobre esto llevaba el efod, vestidura más corta, de oro, azul, púrpura, escarlata y blanco, rodeada por una faja de los mismos colores, hermosamente elaborada. El efod no tenía mangas, y en sus hombreras bordadas con oro, tenía engarzadas dos piedras de ónix, que llevaban los nombres de las doce tribus de Israel. Sobre el efod estaba el racional, la más sagrada de las vestiduras sacerdotales. Era de la misma tela que el efod. De forma cuadrada, medía un palmo, y colgaba de los hombros mediante un cordón azul prendido en argollas de oro. El ribete estaba formado por una variedad de piedras preciosas, las mismas que forman los doce fundamentos de la ciudad de Dios. Dentro del ribete había doce piedras engarzadas en oro, dispuestas en hileras de cuatro que, como las de los hombros, tenían grabados los nombres de las tribus. 

 Las instrucciones del Señor fueron: "Y llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón, cuando entrare en el santuario, por memorial delante de Jehová continuamente" (Exo. 28: 29). Así también Cristo, el gran Sumo Sacerdote, al ofrecer su sangre ante el Padre en favor de los pecadores, lleva sobre el corazón el nombre de toda alma arrepentida y creyente. El salmista dice: "Aunque afligido yo y necesitado, Jehová pensará en mí" (Sal. 40: 17). 

  EL URIM Y EL TUMIM 
A la derecha y a la izquierda del racional había dos piedras grandes y muy brillantes. Se llamaban Urim y Tumim. Mediante ellas se revelaba la voluntad de Dios al sumo sacerdote. Cuando se llevaban asuntos ante el Señor para que él los decidiera, si un nimbo iluminaba la piedra de la derecha era señal de aprobación o consentimiento divinos, mientras que si una nube oscurecía la piedra de la izquierda, era evidencia de negación o desaprobación.

 La mitra del sumo sacerdote consistía en un turbante de lino blanco, que tenía una plaquita de oro sostenida por una cinta azul, con la inscripción: "Santidad a Jehová". Todo lo relacionado con la indumentaria y la conducta de los sacerdotes había de ser tal, que inspirara en el espectador el sentimiento de la santidad de Dios, de lo sagrado de su culto y de la pureza que se exigía a los que se allegaban a su presencia. 

EL SERVICIO DEL SANTUARIO
  No sólo el santuario mismo, sino también el ministerio de los sacerdotes, debían servir de "figura y sombra de las cosas celestiales" (Heb. 8: 5). Por eso era de suma importancia; y el Señor, por medio de Moisés, dio las instrucciones más claras y precisas acerca de cada uno de los puntos de este culto simbólico. 

El ministerio del santuario consistía en dos partes: 
un servicio diario y otro anual. 

 El servicio diario se efectuaba en el altar de holocaustos en el atrio del tabernáculo, y en el lugar santo; mientras que el servicio anual se realizaba en el lugar santísimo. Ningún ojo mortal, excepto el del sumo sacerdote, debía mirar el interior del lugar santísimo. Sólo una vez al año podía entrar allí el sumo sacerdote, y eso después de la preparación más cuidadosa y solemne. Temblando, entraba para presentarse ante Dios, y el pueblo en reverente silencio esperaba su regreso, con los corazones elevados en fervorosa oración para pedir la bendición divina. Ante el propiciatorio, el sumo sacerdote hacía expiación por Israel; y en la nube de gloria, Dios se encontraba con él. Si su permanencia en dicho sitio duraba más tiempo del acostumbrado, el pueblo sentía temor de que, a causa de los pecados de ellos o de él mismo, lo hubiese muerto la gloria del Señor. 

El servicio diario consistía en el holocausto matutino y el vespertino, en el ofrecimiento del incienso en el altar de oro y en los sacrificios especiales por los pecados individuales. 

 Además, había sacrificios para los sábados, las lunas nuevas y las fiestas especiales. Cada mañana y cada tarde se ofrecía en holocausto sobre el altar un cordero de un año, con las oblaciones apropiadas, para simbolizar la consagración diaria a Dios de toda la nación y su constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo. 

 Dios les indicó expresamente que toda ofrenda presentada para el servicio del santuario debía ser "sin defecto" (Exo. 12: 5). Los sacerdotes debían examinar todos los animales que se traían como sacrificio, y rechazar los defectuosos. Sólo una ofrenda "sin defecto" podía simbolizar la perfecta pureza de Aquel que había de ofrecerse como "cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Ped. 1: 19). El apóstol Pablo señala estos sacrificios como una ilustración de lo que los seguidores de Cristo han de llegar a ser. Dice: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional" (Rom. 12: 1). 

 Hemos de entregarnos al servicio de Dios, y debiéramos tratar de hacer esta ofrenda tan perfecta como sea posible. Dios no quedará satisfecho sino con lo mejor que podamos ofrecerle. Los que lo aman de todo corazón, desearán darle el mejor servicio de su vida, y constantemente tratarán de poner todas las facultades de su ser en perfecta armonía con las leyes que los habilitan para hacer la voluntad de Dios. 

Al presentar la ofrenda del incienso el sacerdote se acercaba más directamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de los servicios diarios. Como el velo interior del santuario no llegaba hasta el techo del edificio, la gloria de Dios, que se manifestaba sobre el propiciatorio, era parcialmente visible desde el lugar santo. Cuando el sacerdote ofrecía incienso ante el Señor, miraba hacia el arca; y mientras ascendía la nube del incienso, la gloria divina descendía sobre el propiciatorio y henchía el lugar santísimo, y a menudo llenaba tanto las dos divisiones del santuario que el sacerdote se veía obligado a retirarse hasta la puerta del tabernáculo.

 Así como en ese servicio simbólico el sacerdote veía por la fe el propiciatorio que no podía contemplar, así ahora el pueblo de Dios ha de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sacerdote quien, invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en el santuario celestial. 

El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio de la fe se acredita a su pueblo, y es lo único que puede influir para que el culto de los seres humanos sea aceptable a Dios.

 Delante del velo del lugar santísimo había un altar de intercesión perpetua; y delante del lugar santo, un altar de expiación continua. Había que acercarse a Dios mediante la sangre y el incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por medio de quien los pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya intervención tan sólo puede otorgarse misericordia y salvación al alma arrepentida y creyente. 

Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el lugar santo a la hora de ofrecer el incienso, el sacrificio diario estaba listo para ser colocado sobre el altar de los holocaustos, en el atrio. Esta era una hora de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante el tabernáculo. Antes de allegarse a la presencia de Dios por medio del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de sus corazones y luego confesar sus pecados. Se unían en oración silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar santo. Así sus peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba los méritos del Salvador prometido al que simbolizaba el sacrificio expiatorio. 

Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas, y toda la nación judía llegó a observarlas como momentos dedicados al culto. Y cuando en tiempos posteriores los judíos fueron diseminados como cautivos en distintos países, aún entonces a la hora indicada dirigían el rostro hacia Jerusalén, y elevaban sus oraciones al Dios de Israel.

 En esta costumbre los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias que carezcan del espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los que le aman y se postran de mañana y tarde, para pedir el perdón de los pecados cometidos y las bendiciones que necesitan. 

Los panes de la proposición se conservaban siempre ante la presencia del Señor como una ofrenda perpetua. De manera que formaban parte del sacrificio diario. También se los puede llamar "los panes de la presencia", porque siempre estaban ante el Señor. (Exo. 25: 30). Era un reconocimiento de que el hombre depende de Dios tanto para su alimento temporal como para el espiritual, y de que se lo recibe únicamente en virtud de la mediación de Cristo. 

 En el desierto Dios había alimentado a Israel con el pan del cielo, y el pueblo seguía dependiendo de su generosidad, tanto en lo referente a las bendiciones temporales como a las espirituales. El maná, así como los panes de la proposición, simbolizaba a Cristo, el pan viviente, quien está siempre en la presencia de Dios para interceder por nosotros. El mismo dijo: "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo" (Juan 6: 48-51). 

 Sobre los panes se ponía incienso. Cuando se los cambiaba cada sábado, para reemplazarlos por panes frescos, el incienso se quemaba sobre el altar como recordatorio delante de Dios. 

La parte más importante del servicio diario era la que se realizaba en favor de los individuos. El pecador arrepentido traía su ofrenda a la puerta del tabernáculo, y colocando la mano sobre la cabeza de la víctima, confesaba sus pecados; así, en un sentido figurado, los trasladaba de su propia persona a la víctima inocente. Con su propia mano mataba entonces el animal, y el sacerdote llevaba la sangre al lugar santo y la rociaba ante el velo, detrás del cual estaba el arca que contenía la ley que el pecador había violado. Con esta ceremonia y en un sentido simbólico, el pecado era trasladado al santuario por medio de la sangre. 

 En algunos casos no se llevaba la sangre al lugar santo, sino que el sacerdote debía comer la carne, tal como Moisés ordenó a los hijos de Aarón, diciéndoles: "La dio él a vosotros para llevar la iniquidad de la congregación" (Lev. 10: 17).* 

 Las dos ceremonias simbolizaban igualmente el traslado del pecado del hombre arrepentido al santuario. 

Tal era la obra que se hacía diariamente durante todo el año. Con el traslado de los pecados de Israel al santuario, los lugares santos quedaban manchados, y se hacía necesaria una obra especial para quitar de allí esos pecados. Dios ordenó que se hiciera expiación por cada una de las sagradas divisiones lo mismo que por el altar. Así "lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel" (Lev. 16: 19). 

EL DÍA DE LA EXPIACIÓN 
Una vez al año, en el gran día de la expiación, el sacerdote entraba en el lugar santísimo para limpiar el santuario. La obra que se llevaba a cabo allí completaba el ciclo anual de ceremonias.

 El día de la expiación se llevaban dos machos cabríos a la puerta del tabernáculo, y se echaba suerte sobre ellos, "la una suerte por Jehová, y la otra suerte por Azazel" (vers. 8 ). El macho cabrío sobre el cual caía la primera suerte debía matarse como ofrenda por el pecado del pueblo. Y el sacerdote debía llevar la sangre más allá del velo, y rociarla sobre el propiciatorio. "Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel y de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas" (vers. 16). 

"Y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto" (vers. 21, 22). Sólo después de haberse alejado el macho cabrío el pueblo se consideraba libre de la carga de sus pecados. 

 Todo hombre debía contristar su alma mientras se verificaba la obra de expiación. Todos los negocios se suspendían, y toda la congregación de Israel pasaba el día en solemne humillación delante de Dios, en oración, ayuno y profundo análisis del corazón.

 Mediante este servicio anual se le enseñaban al pueblo importantes verdades acerca de la expiación. En la ofrenda por el pecado que se ofrecía durante el año, se había aceptado un sustituto en lugar del pecador; pero la sangre de la víctima no había hecho completa expiación por el pecado. Sólo había provisto un medio en virtud del cual el pecado se transfería al santuario. 

 Al ofrecerse la sangre, el pecador reconocía la autoridad de la ley, confesaba la culpa de su transgresión y expresaba su fe en Aquel que había de quitar los pecados del mundo; pero no quedaba completamente exonerado de la condenación de la ley. El día de la expiación, el sumo sacerdote, al llevar una ofrenda por la congregación, entraba en el lugar santísimo con la sangre, y la rociaba sobre el propiciatorio, encima de las tablas de la ley. En esa forma los requerimientos de la ley, que exigían la vida del pecador, quedaban satisfechos.

Entonces, en su carácter de mediador, el sacerdote tomaba los pecados sobre sí mismo, y salía del santuario llevando sobre sí la carga de las culpas de Israel. A la puerta del tabernáculo ponía las manos sobre la cabeza del macho cabrío, símbolo de Azazel, y confesaba "sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío". Y cuando el macho cabrío que llevaba estos pecados era conducido al desierto, se consideraba que con él se alejaban para siempre del pueblo. Tal era el servicio que se realizaba como "figura y sombra de las cosas celestiales"
 (Heb. 8: 5). 

UNA FIGURA DE LAS COSAS CELESTIALES
Como se ha dicho, el santuario terrenal fue construido por Moisés, conforme al modelo que se le mostró en el monte. "Es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios". Los dos lugares santos eran "figuras de las cosas celestiales". Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, es el "ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre" (Heb. 9: 9, 23; 8: 2). 

 Cuando en visión se le mostró al apóstol Juan el templo de Dios que está en el cielo, vio que allí "ardían siete lámparas de fuego". Vio también a un ángel "con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono" (Apoc. 4: 5; 8: 3). Se le permitió al profeta contemplar el lugar santo del santuario celestial; y vio allí "siete lámparas de fuego ardiendo" y "el altar de oro", representados por el candelero de oro y el altar del incienso o perfume en el santuario terrenal. 

 Nuevamente "el templo de Dios fue abierto en el cielo" (Apoc. 11:19), y vio el lugar santísimo detrás del velo interior. Allí contempló "el arca del testamento", representada por el arca sagrada construida por Moisés para guardar la ley de Dios. Moisés hizo el santuario terrenal, "conforme al modelo que había visto". Pablo declara que "el tabernáculo y todos los vasos del ministerio", después de haber sido hechos, eran "figuras de las cosas celestiales" (Hech. 7: 44; Heb. 9:21, 23). 

 Y Juan dice que vio el santuario celestial. Aquel santuario, en el cual oficia Jesús en nuestro favor, es el gran original, del cual el santuario construido por Moisés era una copia. Ningún edificio terrenal podría representar la grandeza y la gloria del templo celestial, la morada del Rey de reyes donde "millares de millares" le sirven y "millones de millones" están delante de él (Dan. 7: 10), de aquel templo henchido de la gloria del trono eterno, donde los serafines, sus guardianes resplandecientes, se cubren el rostro para adorar al Rey. 

 Sin embargo, las verdades importantes acerca del santuario celestial y de la gran obra que allí se efectúa en favor de la redención del hombre debían enseñarse mediante el santuario terrenal y sus servicios. 

Después de su ascensión, nuestro Salvador iba a principiar su obra como nuestro Sumo Sacerdote. El apóstol Pablo dice: "No entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios" 
(Heb. 9: 24). 

 Como el ministerio de Cristo se dividiría en dos grandes partes, ocuparía cada una un período y tendría un sitio distinto en el santuario celestial, así también el culto simbólico consistía en el servicio diario y el anual, y a cada uno de ellos se dedicaba una sección del tabernáculo. 

Como Cristo, después de su ascensión, compareció ante la presencia de Dios para ofrecer su sangre en beneficio de los creyentes arrepentidos, así el sacerdote rociaba en el servicio diario la sangre del sacrificio en el lugar santo en favor de los pecadores. 

Aunque la sangre de Cristo debía librar al pecador arrepentido de la condenación de la ley, no había de anular el pecado; éste queda registrado en el santuario hasta la expiación final; así en el símbolo, la sangre de la víctima quitaba el pecado del arrepentido, pero quedaba en el santuario hasta el día de la expiación. Se limpia el registro de los pecados En el gran día del juicio final, los muertos han de ser juzgados "por las cosas que" están "escritas en los libros, según sus obras" (Apoc. 20: 12). 

 Entonces, en virtud de la sangre expiatoria de Cristo, los pecados de todos los que se hayan arrepentido sinceramente serán borrados de los libros celestiales. En esta forma el santuario será liberado, o limpiado, de los registros del pecado.

 En el símbolo, esta gran obra de expiación, o el acto de borrar los pecados, estaba representada por los servicios del día de la expiación, o sea de la purificación del santuario terrenal, que se realizaba en virtud de la sangre de la víctima y por la eliminación de los pecados que lo manchaban. Así como en la expiación final los pecados de los arrepentidos serán eliminados de los registros celestiales, para no ser ya recordados, en el símbolo terrenal eran enviados al desierto y separados para siempre de la congregación. 

Puesto que Satanás es el originador del pecado, el instigador directo de todos los pecados que causaron la muerte del Hijo de Dios, la justicia exige que Satanás sufra el castigo final. La obra de Cristo en favor de la redención del hombre y la purificación del pecado del universo, será concluida quitando el pecado del santuario celestial y colocándolo sobre Satanás, quien sufrirá el castigo final. 

 Así, en el servicio simbólico, el ciclo anual del ministerio se completaba con la purificación del santuario y la confesión de los pecados sobre la cabeza del macho cabrío símbolo de Azazel. De este modo, en el servicio del tabernáculo, y en el del templo que posteriormente ocupó su lugar, se enseñaban diariamente al pueblo las grandes verdades relativas a la muerte y al ministerio de Cristo, y una vez al año sus pensamientos eran llevados hacia los acontecimientos finales de la gran controversia entre Cristo y Satanás, y hacia la purificación final del universo, que lo limpiará del pecado y de los pecadores. (Patriarcas y Profetas, págs. 356-372). 

PREGUNTAS PARA MEDITAR 
1. ¿Cuáles fueron los "primeros requisitos" para la preparación del santuario en el desierto? 
2. ¿Cuál fue la base del plan para la calificación de ese santuario? ¿Cómo se obtuvo? 
3. ¿Qué significado tenía la difusión de la fragancia del incienso en el santuario y sus alrededores? 
4. ¿Qué nombre se daba a la manifestación de la Presencia divina, y dónde se producía? 
5. El asiento de la ley y la misericordia estaban en el lugar santísimo. ¿Por qué? 
6. ¿Por qué el pectoral era la más sagrada de las vestiduras sacerdotales? 
7. ¿Qué tres cosas debía inspirar en los espectadores la indumentaria y la conducta de los sacerdotes? 
8. ¿Por qué las instrucciones con respecto a cada parte del servicio del santuario eran tan explícitas? 
 9. ¿Qué doble significado tenía el requerimiento de que el animal para el sacrificio fuera "sin defecto"? 
10. La ofrenda de incienso y sangre era simultánea. ¿Por qué debía ser así? 
11. ¿En qué dos formas se transfería el pecado del penitente al santuario? 
12. ¿Cuándo y cómo se limpiaba el santuario del pecado del pueblo? 
13. ¿Qué objetos vio Juan cuando se le mostró en visión el primero y el segunda compartimientos del santuario celestial? ¿Cuál es la gloria y la grandeza del templo celestial? 
14. ¿Cuáles eran los servicios diarios y anuales del santuario, y cómo se conectaban entre sí? Aplíquelos al ministerio de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, y a la limpieza del santuario celestial del registro de pecados. 
 (Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White)

02C. EL HOMBRE OFRECE SU PRIMER SACRIFICIO. (EL SANTUARIO).


Para Adán, ofrecer el primer sacrificio fue una ceremonia muy dolorosa. Tuvo que alzar la mano para quitar una vida que sólo Dios podía dar. 
Por primera vez iba a presenciar la muerte, y sabía que si hubiese sido obediente a Dios no la habrían conocido ni el hombre ni las bestias. Mientras mataba la inocente víctima temblaba al pensar que su pecado haría derramar la sangre del Cordero inmaculado de Dios. 

Esta escena le dio un sentido más profundo y vívido de la enormidad de su transgresión, que nada sino la muerte del querido Hijo de Dios podía expiar. Y se admiró de la infinita bondad del que daba semejante rescate para salvar a los culpables. Una estrella de esperanza iluminaba el tenebroso y horrible futuro, y lo libraba de una completa desesperación.* 

Se le encomendó a Adán que enseñara a sus descendientes a temer al Señor y, por su ejemplo y humilde obediencia, les enseñase a tener en alta estima las ofrendas que simbolizaban al Salvador que habría de venir. Adán atesoró cuidadosamente lo que Dios le había revelado, y lo transmitió verbalmente a sus hijos y a los hijos de sus hijos.* 

A la puerta del paraíso, guardada por querubines, se manifestaba la gloria de Dios, y allí iban los primeros adoradores a levantar sus altares y a presentar sus ofrendas.* 

En los sacrificios ofrecidos en cada altar se veía al Redentor. Con la nube de incienso se elevaba de cada corazón contrito la oración de que Dios aceptara sus ofrendas como una muestra de fe en el Salvador venidero.*  

El sistema de sacrificios confiado a Adán fue también pervertido por sus descendientes. La superstición, la idolatría, la crueldad y el libertinaje corrompieron el sencillo y significativo servicio que Dios había establecido. A través de su larga relación con los idólatras, el pueblo de Israel había mezclado muchas costumbres paganas con su culto; por consiguiente, en el Sinaí el Señor le dio instrucciones definidas tocante al servicio del santuario.* 

PREGUNTAS PARA MEDITAR 
1. ¿Por qué solamente uno igual a Dios podía expiar la transgresión de la ley divina? 
2. ¿Qué significado tuvo la declaración de Génesis 3: 15 para Satanás? ¿Para Adán y Eva? 
3. ¿Por qué se les otorgó un tiempo de gracia? 
4. ¿Cuál fue el propósito del sistema de sacrificios? 
5. ¿Por qué razón el primer sacrificio de Adán fue una ceremonia dolorosa? 
6. ¿Dónde levantaron Adán y Eva sus primeros altares? ¿Qué significa esto? 
(Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White)

02B. EL CARÁCTER SAGRADO DE LA LEY DE DIOS. (EL SANTUARIO).


El sacrificio exigido por su transgresión reveló a Adán y a Eva el carácter sagrado de la ley de Dios; y comprendieron mejor que nunca la culpa del pecado y sus horrorosos resultados.* 

La ley de Dios existía antes que el hombre fuera creado. Los ángeles eran gobernados por ella. Satanás cayó porque transgredió los principios del gobierno de Dios. Después que Adán y Eva fueron creados, Dios les hizo conocer su ley. Esta no estaba escrita entonces, pero les fue repetida por Jehová... 

Después del pecado y la caída de Adán, nada fue eliminado de la ley de Dios. Los principios de los Diez Mandamientos existían antes de la caída, y se ajustaban a la condición de un orden de seres santos.* 

Esos principios fueron más explícitamente declarados al hombre después del pecado, y enunciados de manera que se adaptaran a las necesidades de las inteligencias caídas. Esto fue necesario a causa de que la mente del hombre había sido cegada por la transgresión.

* Se estableció entonces un sistema que requería el sacrificio de animales, a fin de mantener delante del hombre caído lo que la serpiente había hecho que Eva no creyera, que la paga de la desobediencia es la muerte. 

La transgresión de la ley de Dios hizo necesario que Cristo muriese como sacrificio, a fin de proporcionar al hombre una vía de escape de su castigo, y preservar al mismo tiempo el honor de la ley de Dios. 

El sistema de sacrificios había de enseñar al hombre humildad, en vista de su condición caída, y conducirlo al arrepentimiento y a confiar solamente en Dios, por medio del Redentor prometido, para obtener el perdón por las pasadas transgresiones de su ley.*

 El sistema de sacrificios fue trazado por Cristo mismo, y dado a Adán como un símbolo del Salvador que habría de venir.* 
(Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White)

jueves, 10 de enero de 2013

02A. CRISTO EN EL SISTEMA DE SACRIFICIOS. (EL SANTUARIO).


El pecado de nuestros primeros padres trajo sobre el mundo la culpa y la angustia, y si no se hubiesen manifestado la misericordia y la bondad de Dios, la raza humana se habría sumido en irremediable desesperación.*

 La caída del hombre llenó todo el cielo de tristeza. El mundo que Dios había hecho quedaba mancillado por la maldición del pecado, y habitado por seres condenados a la miseria y a la muerte. Parecería no existir escapatoria para aquellos que habían quebrantado la ley. . . Pero el amor divino había concebido un plan mediante el cual el hombre podría ser redimido. 

 La quebrantada ley de Dios exigía la vida del pecador. En todo el universo sólo existía uno que podía satisfacer sus exigencias en lugar del hombre. Puesto que la ley divina es tan sagrada como el mismo Dios, sólo uno igual a Dios podría expiar su transgresión.* 

La primera indicación que el hombre tuvo acerca de su redención la oyó en la sentencia pronunciada contra Satanás en el huerto. El Señor declaró: " Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar" (Gén. 3: 15). Esta sentencia, pronunciada en presencia de nuestros primeros padres, fue una promesa para ellos. Mientras predecía la lucha entre el hombre y Satanás, declaraba que el poder del gran adversario sería finalmente destruido... 

Aunque habrían de padecer por efecto del poder de su gran enemigo, podrían esperar una victoria final.* 
Los ángeles celestiales explicaron más completamente a nuestros primeros padres el plan que había sido concebido para su redención. Se les aseguró a Adán y a su compañera que a pesar de su gran pecado, no se los abandonaría a merced de Satanás. El Hijo de Dios había ofrecido expiar, con su propia vida, la transgresión de ellos. Se les otorgaría un tiempo de gracia y, mediante el arrepentimiento y la fe en Cristo, podrían llegar a ser de nuevo hijos de Dios. 
(Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White)

01G. CON LOS OJOS FIJOS EN EL SANTUARIO. (LA VERDAD ACERCA DEL SANTUARIO). EGW


En ningún momento debemos perder de vista la importante obra que se está haciendo en nuestro favor en el santuario celestial. 

Se nos amonesta: "Como pueblo, debemos ser estudiantes fervorosos de la profecía; no debemos descansar hasta que entendamos claramente el tema del santuario, que ha sido presentado en las visiones de Daniel y Juan. 

Este asunto arroja gran luz sobre nuestra posición y nuestra obra actual, y nos da una prueba irrefutable de que Dios nos ha dirigido en nuestra experiencia pasada. Explica nuestro chasco de 1844, mostrándonos que el santuario que había de ser purificado no era la tierra, como habíamos supuesto, sino que Cristo entró entonces en el lugar santísimo del santuario celestial, y allí está realizando la obra final de su misión sacerdotal en cumplimiento de las palabras del ángel comunicadas al profeta  Daniel: 'Hasta dos mil y trescientos días de tarde y mañana; y el santuario será purificado'. 

"Nuestra fe con referencia al mensaje del primero, el segundo y el tercer ángeles era correcta. Los grandes hitos por los cuales hemos pasado son inconmovibles. Aun cuando las huestes del infierno intenten derribarlos de sus fundamentos, y triunfar en el pensamiento de que han tenido éxito, no alcanzarán su objetivo. Estos pilares de la verdad permanecen tan incólumes como las montañas eternas, sin ser conmovidos por todos los esfuerzos de los hombres combinados con los de Satanás y su hueste. 

Podemos aprender mucho, y debemos estar constantemente escudriñando las Escrituras para ver si estas cosas son así. El pueblo de Dios ha de tener ahora sus ojos fijos en el santuario celestial, donde se está realizando el servicio final de nuestro gran Sumo Sacerdote en la obra del juicio, donde él está intercediendo por su pueblo" (El Evangelismo, pág. 166).

 NOTA:  
Este Librito Exceptuando unas pocas notas de pie de plana y las preguntas de estudio que siguen a cada capítulo, los materiales presentados a continuación son exclusivamente de la pluma de Elena G. de White y consisten principalmente en capítulos de Patriarcas y Profetas y El Gran Conflicto, con algunos materiales que los vinculan extraídos de varios escritos publicados de Elena G. de White. 

En cada caso se da la fuente. Como la mayoría de los lectores debe tener a mano los libros de Elena G. de White, nos ha parecido innecesario aquí, donde la brevedad es deseable, incluir porciones de capítulos que no están directamente relacionados con este tema: Cristo en su santuario.- Los Fideicomisarios de los Escritos de Elena G. de White.  
(Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White)

01F. EL ARCA Y LA LEY EN EL SANTUARIO CELESTIAL. (LA VERDAD ACERCA DEL SANTUARIO). EGW


En diferentes ocasiones ella habló y escribió acerca del arca en el lugar santísimo del santuario celestial. 
Una de esas declaraciones fue hecha en un sermón predicado en Orebro, Suecia, en 1886. "Os amonesto: no coloquéis vuestra influencia contra los mandamientos de Dios. Esa ley es tal como Jehová la escribió en el templo del cielo. El hombre puede hollar su copia terrenal, pero el original se conserva en el arca de Dios en el cielo; y sobre la cubierta de esa arca, precisamente encima de esa ley está el propiciatorio. Jesús está allí mismo, delante de esa arca, para mediar por el hombre" (Comentarios de Elena G. de White, Comentario Bíblico Adventista, tomo 1, pág. 1123). 

En 1903 escribió nuevamente de la realidad del santuario celestial: "Podría decir mucho acerca del santuario; del arca que contiene la ley de Dios; de la cubierta del arca, el propiciatorio; de los ángeles a ambos lados del arca; y de otras cosas relacionadas con el santuario celestial y con el gran día de la expiación. Podría decir mucho acerca de los misterios del  cielo; pero mis labios están cerrados. No siento inclinación para tratar de describirlos" 
(Carta, 253, 1903). 

Los engaños de los últimos días tendrán que ver con verdades vitales Es claro que nuestro adversario, Satanás, tratará de conmover la fe del pueblo de Dios en la doctrina del santuario en estos "últimos días". 

 Elena G. de White escribió: "El Salvador predijo que en los últimos días aparecerían falsos profetas que arrastrarían discípulos tras sí; y también que los que en este tiempo de peligro debieran permanecer fieles a la verdad que está especificada en el libro de Apocalipsis, tendrían que enfrentarse con errores doctrinales tan sutiles que, de ser posible, engañarían a los mismos escogidos. 

"Dios hará que todo sentimiento verdadero prevalezca. Satanás puede jugar hábilmente el juego de la vida con muchas almas, y actúa de la manera más disimulada y engañosa para arruinar la fe del pueblo de Dios y desanimarlo... 

Obra hoy como lo hizo en el cielo, para dividir al pueblo de Dios en la última etapa de la historia de esta tierra. Busca crear disensión, suscitar contención y discusión y quitar, si fuera posible, los antiguos hitos de verdad confiados al pueblo de Dios. Trata de que parezca que el Señor se contradijera a sí mismo. "Cuando Satanás se presenta como ángel de luz, atrapa almas en sus redes, engañándolas. 

Hombres que pretenden haber sido enseñados por Dios adoptarán teorías falaces, y al enseñarlas adornarán de tal manera esas falacias que disimularán los engaños satánicos. De esa manera Satanás se presentará como ángel de luz, y tendrá la oportunidad de hacer oír sus amenas fábulas. "Tendremos que enfrentar a estos falsos profetas. Se esforzarán por engañar a muchos, induciéndoles a aceptar falsas teorías. 

Muchos pasajes de las Escrituras serán mal aplicados de tal manera que en apariencia esas teorías engañosas estarán basadas en las palabras que Dios ha hablado. Se apropiarán de la preciosa verdad para sostener y establecer el error. Estos falsos profetas, que pretenden ser enseñados por Dios, tomarán preciosos pasajes de las Escrituras que han sido dados para adornar la verdad, y los usarán como vestiduras de justicia para cubrir teorías falsas y peligrosas. Y aun algunos a quienes en tiempos pasados el Señor honró, se apartarán tanto de la verdad que defenderán teorías erróneas concernientes a muchos aspectos de la verdad, incluso la cuestión del santuario" (Manuscrito 11, 1906 [la cursiva es nuestra]). 

Pocas semanas después ella añadió estas palabras acerca de la importancia de la correcta comprensión de esta verdad: "Sé que la cuestión del santuario, tal cual la hemos sostenido durante tantos años, está basada en la justicia y la verdad. El enemigo es quien desvía las mentes. Le agrada cuando los que conocen la verdad se dedican a coleccionar textos para amontonarlos en derredor de teorías erróneas, que no tienen base en la verdad. Los pasajes de la Escritura así empleados están mal aplicados; no fueron dados para sostener el error sino para fortalecer la verdad" (Obreros Evangélicos, pág. 318). 
 (Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White)

01E. LA REALIDAD DEL SANTUARIO CELESTIAL AFIRMADA. (LA VERDAD ACERCA DEL SANTUARIO). EGW


Repetidas veces encontramos en los escritos de Elena G. de White declaraciones acerca de la realidad del santuario celestial, su moblaje y su servicio. 

Una de ellas fue escrita en 1880 cuando se refirió a la experiencia de los creyentes adventistas después del chasco: "En su investigación descubrieron que el santuario terrenal, edificado por Moisés por mandato de Dios de acuerdo con el modelo que se le mostró en el monte, era un símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios, que sus dos lugares santos fueron figuras de las cosas celestiales; que Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote es ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre... 
"El santuario celestial, en el cual Jesús ministra en nuestro favor, es el gran original, del cual el santuario edificado por Moisés fue una copia. . . 

"El esplendor sin par del santuario terrenal reflejaba ante la vista humana las glorias del templo celestial donde Cristo, nuestro precursor, ministra por nosotros ante el trono de Dios. 

"Así como en el santuario terrenal había dos compartimientos, el santo y el santísimo, hay dos lugares santos en el santuario celestial. Y el arca que contiene la ley de Dios, el altar del incienso, y otros instrumentos de servicio que se encontraban en el santuario terrenal, tienen también su contraparte en el santuario de arriba. En santa visión se le permitió al apóstol Juan entrar en el cielo y allí él contempló el candelabro y el altar del incienso, y cuando 'el templo de Dios fue abierto' vio 'el arca de su pacto' (Apoc. 4: 5; 8: 3; 11: 19).

" Los que buscaban la verdad encontraron pruebas irrefutables de la existencia de un santuario en el cielo. Moisés hizo el santuario terrenal de acuerdo con el modelo que se le mostró. Pablo declara que el modelo es el verdadero santuario que está en los cielos. Juan testifica que lo vio en el cielo" (Spirit of Prophecy, tomo 4, págs. 260, 261).

 Con anterioridad ella había escrito especialmente acerca del moblaje: "También se me mostró en la tierra un santuario con dos departamentos. Se parecía al del cielo, y se me dijo que era una figura del celestial. Los enseres del primer departamento del santuario terrestre eran como los del primer departamento del celestial. El velo estaba levantado; miré el interior del lugar santísimo del santuario celestial" 
(Primeros Escritos, pág. 252). 
(Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White)

01D. PUNTOS DE VISTA SUSTENTADOS SOLAMENTE POR EL MAL USO DE LAS ESCRITURAS. (LA VERDAD ACERCA DEL SANTUARIO). EGW


En 1905, al escribir especialmente de la obra que hacía el "pastor G" en el sentido de socavar la confianza en la verdad del santuario, Elena G. de White destacó la falta de solidez del uso que él hacía de la evidencia bíblica, y la certeza de nuestra comprensión de la verdad del santuario. 

Esto es lo que dijo: 
"Le he estado rogando al Señor que me dé vigor y sabiduría para reproducir los escritos de los testigos que fueron confirmados en la fe en los primeros tiempos del mensaje. Después que pasó el tiempo en 1844, recibieron la luz y caminaron en la luz; y cuando se presentaron hombres que pretendían tener nueva luz, con sus maravillosos mensajes acerca de diversos puntos de las Escrituras, nosotros, por la operación del Espíritu Santo, teníamos testimonios precisos y apropiados, que anularon la influencia de tales mensajes, tales como el que el pastor G estuvo ocupado en presentar.* 

Este pobre hombre ha estado trabajando decididamente en contra de la verdad que ha confirmado el Espíritu Santo. "Cuando el poder de Dios testifica en cuanto a lo que es verdad, esa verdad debe mantenerse para siempre. No se debe dar cabida a ninguna suposición posterior contraria a la luz que Dios ha dado. 

Se levantarán hombres con interpretaciones de las Escrituras que son la verdad para ellos, pero que en realidad no son la verdad. La verdad para este tiempo nos ha sido dada por Dios como un fundamento para nuestra fe. El mismo nos ha enseñado lo que es verdad. Se levantará uno, y después otro, con una nueva luz que contradice la luz que Dios ha dado mediante la demostración del poder de su Espíritu Santo. Todavía están vivos unos pocos de los que pasaron por la experiencia que logramos al establecer esta verdad. Dios ha preservado bondadosamente sus vidas para que repitan y repitan hasta el fin de sus días la experiencia por la cual pasaron, así como lo hizo el apóstol Juan hasta el fin de su vida. Y los portaestandartes que han fallecido, hablarán mediante la reimpresión de sus escritos. 

 Se me ha instruido en el sentido de que así se han de oír sus voces. Han de dar testimonio de lo que constituye la verdad para este tiempo. "No debemos recibir las palabras de los que vienen con un mensaje que contradice los puntos especiales de nuestra fe. Reúnen una cantidad de versículos y los amontonan como pruebas en torno de las teorías que sostienen. Eso se ha hecho vez tras vez durante los últimos cincuenta años. Y al mismo tiempo que las Escrituras son la Palabra de Dios y deben ser respetadas, constituye un gran error su aplicación, si ésta mueve un puntal del fundamento que Dios ha sostenido durante estos cincuenta años. 

El que lo hace no conoce la maravillosa demostración del Espíritu Santo que dio poder y fuerza a los mensajes del pasado que recibió el pueblo de Dios. "Las pruebas del pastor G no son dignas de confianza. Si se las recibiera, destruirían la fe del pueblo de Dios en la verdad que nos ha hecho lo que somos. "Debemos ser decididos en este asunto, pues no son correctos los puntos que él trata de probar mediante las Escrituras. No prueban que la experiencia pasada del pueblo de Dios fue un engaño. Tuvimos la verdad; fuimos dirigidos por los ángeles de Dios. 

La presentación del tema del santuario se dio bajo la dirección del Espíritu Santo. Los que no participaron en la gestación de nuestra fe serán elocuentes si guardan silencio. Dios nunca se contradice. Las pruebas bíblicas están mal aplicadas si se las fuerza para testificar de lo que no es verdadero. Se levantarán otro y otro más y  presentarán lo que pretendan que es gran luz y expondrán sus opiniones. Pero nos mantenemos fieles a los hitos antiguos" (Mensajes Selectos, tomo 1, págs. 188 -190). 

(Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White) 

01C. EL ATAQUE A LA VERDAD DEL SANTUARIO (LA VERDAD ACERCA DEL SANTUARIO). EGW


En el momento cuando algunos vieron claramente las demandas de la ley de Dios, y comenzaron a observar el sábado como día de reposo como ella lo requiere, encontraron una fuerte oposición.  Acerca de esto y las razones que los impulsaron, 

Elena G. de White explica: "Se hicieron numerosos y fervientes esfuerzos para conmover su fe.  Nadie podía dejar de ver que si el santuario terrenal era una figura o modelo del celestial, la ley depositada en el arca en la tierra era exacto trasunto de la ley encerrada en el arca del cielo; y que aceptar la verdad relativa al santuario celestial implicaba el reconocimiento de las exigencias de la ley de Dios y la obligación de guardar el sábado del cuarto mandamiento.  En esto estribaba el secreto de la oposición violenta y resuelta que se le hizo a la exposición armoniosa de las Escrituras que revelaban el servicio desempeñado por Cristo en el santuario celestial" (El Gran Conflicto, pág. 488).

No es de extrañarse que los que en años subsiguientes apostataron de la Iglesia Adventista, usaran la verdad del santuario como punto de ataque.  Esto ocurrió con los pastores Snook y Brinkerhof, administradores de la Asociación de Iowa, que se apartaron de la iglesia a mediados de 1860 con D. M. Canright, pastor de influencia que dejó la Iglesia Adventista en 1887 para convertirse en su acerbo enemigo y crítico.  No es extraño que las ideas panteístas surgidas a comienzos de este siglo, expuestas y defendidas, tanto por médicos como por pastores, atacaran directamente esta doctrina fundamental.   

En relación con esto Elena G. de White escribió palabras de advertencia el 20 de noviembre de 1905:

"A los médicos misioneros y pastores que han estado bebiendo de los sofismas científicos y las fábulas engañosas  contra los cuales habéis sido advertidos, os digo: Vuestras almas están en peligro.  El mundo debe saber dónde estáis parados y dónde están parados los adventistas del séptimo día.  Dios llama a todos los que han aceptado estos engaños destructores del alma a que no vacilen más entre dos opiniones.   

Si el Señor es Dios, seguidle. "Satanás con todas sus huestes está en el campo de batalla.  Los soldados de Cristo deben reunirse en torno del estandarte ensangrentado de Emmanuel.  En el nombre del Señor, dejad el estandarte negro del príncipe de las tinieblas, y ubicaos junto al príncipe del cielo.

" 'El que tiene oídos para oír, oiga'. 
Leed vuestras Biblias.  Desde un terreno más elevado, bajo la instrucción que me ha sido dada por Dios, presento estas cosas delante de vosotros.  Está cercano el momento cuando los poderes engañosos de los instrumentos satánicos se desarrollarán plenamente.  De un lado está Cristo, a quien le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; del otro lado está Satanás, que ejerce constantemente su poder para seducir y engañar con poderosos sofismas de carácter espiritista, para alejar a Dios del lugar que debiera ocupar en las mentes de los hombres.

"Satanás se esfuerza constantemente por crear suposiciones fantásticas acerca del santuario, y degrada las maravillosas representaciones de Dios y el ministerio de Cristo para nuestra salvación en algo que satisfaga la mente carnal.  Elimina su poder rector de los corazones de los creyentes, y pone en su lugar teorías fantásticas inventadas para invalidar las verdades de la expiación, y destruir nuestra confianza en las doctrinas que hemos considerado sagradas desde que se dio el mensaje del tercer ángel por primera vez.  De ese modo extirpa la fe en el mismo mensaje que ha hecho de nosotros un pueblo diferente y que le ha dado significado y poder a nuestra obra" (Special Testimonies, Serie B, Nº 7, págs. 16, 17).

Mientras se desarrollaba la crisis panteísta, Elena G. de White, que asistía a una sesión del Congreso de la Asociación  General de 1905, pronunció palabras que son significativas para nosotros todavía hoy: "En lo futuro se levantarán engaños de toda clase, y necesitamos terreno sólido para nuestros pies.  Necesitamos columnas sólidas para la edificación.  Ni un alfiler ha de ser quitado de lo que el Señor ha establecido.  El enemigo introducirá falsas teorías, tales como la doctrina de que no hay santuario.  Este es uno de los puntos que inducirán a algunos a apartarse de la fe. 
¿Dónde podremos encontrar seguridad sino en las verdades que el Señor nos ha estado dando en los últimos cincuenta años?" (Counsels to Writers and Editors, pág. 53).

Elena G. de White declaró que las ideas panteístas tan fervientemente defendidas por algunos, "eliminarían a Dios" (Special Testimonies, Serie B, Nº 7, pág. 16), e invalidarían la verdad del santuario.

Aproximadamente por ese mismo tiempo, uno de nuestros pastores, a quien identificaremos como "pastor G", sostuvo la idea de que cuando Cristo regresó al cielo después de su ministerio en la tierra, fue a la presencia de Dios, y donde Dios está debe ser un lugar santísimo; por lo tanto, el 22 de octubre de 1844 no se produjo su entrada en el lugar santísimo del santuario celestial como creíamos y enseñábamos.   
Estos dos conceptos, ambos contrarios a la doctrina del santuario que sosteníamos, indujeron a Elena G. de White a referirse varias veces a la solidez y la integridad de este punto de fe.   

En 1904 escribió: "Ellos [los hijos de Dios] no deben inducir a nadie a dudar de la personalidad distinta de Dios, o en cuanto al santuario y su servicio por medio de sus palabras o sus hechos. "Todos necesitamos tener en mente el tema del santuario. Dios prohibe que la charla que procede de labios humanos cercene la creencia de nuestros hermanos en la verdad de que hay un santuario en el cielo, y que un modelo de ese santuario se construyó una vez en esta tierra.  El Señor desea que su pueblo se familiarice con ese modelo, teniendo en  mente el santuario celestial donde Dios es todo y está en todo.  Debemos mantener nuestras mentes vigorizadas por la oración y el estudio de la Palabra de Dios, de modo que podamos captar estas verdades" (Carta 233, 1904).
(Cristo En Su Santuario Por Elena G. De White)