sábado, 18 de julio de 2020

14. UN CAMBIO DE CORAZÓN. (I. EN LOS LUGARES CELESTIALES).


Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio.( Hech. 3: 19)
A fin de ser salvados debemos conocer por experiencia el significado de la verdadera conversión.  Es un error pavoroso que hombres y mujeres prosigan día tras día profesando ser cristianos sin tener derecho a ese nombre.  A la vista de Dios, la profesión no es nada, la posición no es nada.  El pregunta: ¿Está la vida en armonía con mis preceptos?  Hay muchos que suponen que están convertidos, pero no pueden soportar la prueba de carácter presentada en la Palabra de Dios. . .
La conversión es un cambio de corazón, un apartarse de la injusticia a la justicia.  Confiando en los méritos de Cristo, ejerciendo verdadera fe en él, el pecador arrepentido recibe perdón de su pecado. Al dejar de hacer mal y al aprender a hacer bien crece en la gracia y el conocimiento de Dios.  Comprende que para seguir a Jesús debe separarse del mundo y, después de haber estimado el costo, lo considera todo pérdida si tan sólo puede ganar a Cristo. Se alista en el ejército de Cristo y valiente y gozosamente entra en la contienda y lucha contra las inclinaciones naturales y los deseos egoístas y coloca la voluntad en sujeción a la voluntad de Cristo.  Diariamente busca al Señor en procura de gracia, y es fortalecido y ayudado. El yo una vez reinaba en su corazón y los placeres mundanos eran su delicia. Ahora el yo está destronado y Dios reina supremo.  Su vida revela el fruto de la justicia.  Ahora odia los pecados que antes amaba.  Avanza con firmeza y resolución por la senda de la santidad.  
Esta es la conversión genuina. ..
No nos olvidemos que en su conversión y santificación, el hombre debe cooperar con Dios.   "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor", declara la Palabra, "porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2: 12 ,13). 
El hombre no puede transformarse a sí mismo por el ejercicio de su voluntad.  No tiene poder por el cual pueda efectuarse ese cambio. La energía renovadora debe venir de Dios. El cambio puede ser hecho sólo por el Espíritu Santo. El que ha de ser salvado, encumbrado o humilde, rico o pobre, debe someterse a la acción de ese poder. 
(Review and Herald, 7 de julio, 1904). 21

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