Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tengo vida eterna. (Juan 3: 16).
¿Cómo podemos entender a Dios? ¿Cómo hemos de conocer a nuestro Padre? Hemos de llamarlo con el cariñoso nombre de Padre. ¿Y cómo hemos de conocer a él y el poder de su amor?
Es mediante el diligente escudriñamiento de las Escrituras. No podemos apreciar a Dios a menos que nos compenetremos del gran plan de la redención. Necesitamos saber todo lo que hay en cuanto a estos grandes problemas del alma, de la redención de la raza caída. Es admirable que, después que el hombre hubo violado la ley de Dios y se hubo separado de Dios, después de estar divorciado, por así decirlo, de Dios: que después de todo esto hubiera un plan gracias al cual el hombre no perecería sino que tendría vida eterna... Dios dio a su Unigénito para que muriera por nosotros. . .
Cuando nuestra mente se ocupa constantemente del incomparable amor de Dios por la raza caída, comenzamos a conocer a Dios. . .
Aquí mismo, en este diminuto átomo que es el mundo, se representaron las más grandiosas escenas jamás conocidas por la humanidad. Todo el universo del cielo observaba con intenso interés.
¿Por qué? Había de reñirse la gran batalla entre el poder de las tinieblas y el Príncipe de la luz. La obra de Satanás era la de magnificar su propio poder constantemente. . . Siempre colocaba a Dios en una perspectiva falsa. Lo presentaba como un Dios de injusticia y no de misericordia. . .
¿Cómo había de ser presentado correctamente Dios ante el mundo? ¿Cómo iba a saberse que era un Dios de amor, lleno de -misericordia, bondad y compasión? ¿Cómo iba a saber esto el mundo? Dios envió a su Hijo, y él había de representar ante el mundo el carácter de Dios. . .
Necesitamos mantener ese Modelo perfecto delante de nosotros. Dios fue tan bueno que envió un representante de sí mismo en su Hijo Jesucristo, y necesitamos que la mente y el corazón se desplieguen y asciendan. . . Sea vuestra la oración: Revélate a mi, para que en tu gracia incomparable pueda aferrarme del eslabón áureo, Cristo, que ha sido descendido desde el cielo a la tierra, para que pueda aferrarme de él y ser elevado.
(Manuscrito 7, 1888). En Lugares Celestiales (EGW). MHP
(Manuscrito 7, 1888). En Lugares Celestiales (EGW). MHP
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