martes, 8 de octubre de 2019

12. CRISTO, LA REVELACIÓN DE DIOS (I. EN LOS LUGARES CELESTIALES).


Pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, 
y habéis creído que yo salí de Dios. (Juan 16: 27).    
Nos aterrorizamos cuando contemplamos la santidad y la gloria del Dios del universo pues sabemos que su justicia no le permitirá absolver al culpable.  Pero no necesitamos permanecer en el terror pues Cristo vino al mundo a revelar el carácter de Dios, a explicarnos su amor paternal para sus hijos adoptivos.  No hemos de estimar el carácter de Dios sólo por las estupendas obras de la naturaleza sino por la sencilla y amante vida de Jesús que presentó a Jehová como más misericordioso, más compasivo, más tierno que nuestros padres terrenales.

Jesús dio a conocer al Padre como Uno a quien podemos darle nuestra confianza y presentarle nuestras necesidades.  Cuando nos aterrorizamos ante Dios y estamos abrumados por el pensamiento de su gloria y majestad, el Padre nos señala a Cristo como su representante.  Lo que veis revelado en Jesús, la ternura, la compasión y el amor, es el reflejo de los atributos del Padre.  La cruz del Calvario revela al hombre el amor de Dios.  Cristo representa al Soberano del universo como a un Dios de amor.  El dijo por la boca del profeta: 
 "Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia" (Jer. 31: 3).

Tenemos acceso a Dios por los méritos del nombre de Cristo, y Dios nos invita a llevarle nuestras pruebas y tentaciones, pues las entiende todas.  El no quiere que nosotros derramemos nuestras quejas en oídos humanos.  Por la sangre de Cristo podemos llegarnos al trono de la gracia, y hallar gracia para el oportuno socorro.  Con seguridad podemos allegarnos diciendo: "Mi aceptación es en el Amado".  "Por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre" (Efe. 2: 18). "En quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él" (Efe. 3: 12).

Como un padre terrenal anima a su hijo para que vaya a él siempre, así el Señor nos anima a depositar ante él nuestras necesidades y perplejidades, nuestra gratitud y nuestro amor.  Cada promesa es segura.  Jesús es nuestra Garantía y Mediador, y ha colocado a nuestra disposición todos los recursos a fin de que podamos tener un carácter perfecto. (Youth's Instructor, 22 de septiembre, 1892). 19 EGW

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